Retomamos el especial de los largometrajes documentales nominados al Óscar para hablar de los de esta 90 Edición, una remesa de cinco trabajos con sus más y sus menos (como siempre), pero interesantes en cualquier caso.
Como suele ocurrir, hay notables ausencias. Este año, la más sonada es el documental Jane (Brett Morgen), que venía avalado por nominaciones en casi todos los premios anteriores, en más de uno incluso ganando. Cuesta explicar su ausencia sobre todo en función de la nominación de alguno más mediocre, como Ícaro, del que hablaremos más adelante, y en la que imagino habrán influido factores políticos. También cuesta explicar la de City of Ghost (Matthew Heineman), el nuevo documental del director tras su brillante Cartel Land, que ya comentamos en Back to the Cinema en su momento, aunque imagino que no había hueco para dos documentales de temática similar (Last Men in Aleppo).
Así, una de las categorías que se ha permitido más licencias políticas (o las ha mostrado con menos tapujos), viene en esta Edición dominada por un factor determinante: Trump. Observo que se está produciendo un punto de inflexión en el cine de los últimos años tras la llegada (desde los prolegómenos de la misma, en realidad) de Trump al poder. Las temáticas cada vez son más políticas, los documentales retoman historias de guerra en las que está presente la crítica (¿miedo?) a Rusia, el cine de terror comienza también a permear a temáticas en favor de las minorías (el ejemplo de Get Out es paradigmático)… Si este punto de inflexión tendrá la misma relevancia e influencia cinematográfica como lo tuvieron en su día, por ejemplo, el 11S o la Guerra Fría, está por ver, y es algo que sin duda se estudiará de aquí a pocos años.
Comentemos pues, uno por uno, los cinco largometrajes documentales nominados este año, ordenados en ranking de peor a mejor:
5- Ícaro (Byan Fogel)
La poca experiencia tras la cámara de su director sale a relucir en este torpe documental que intenta narrarnos los entresijos del reciente escándalo de dopaje del equipo ruso de atletismo.
Los rusos vuelven a ser los malos (y probablemente así sea) de la historia, aunque la película se cuida mucho de hacer ver lo universal del problema del dopaje, comenzando por la figura del propio Armstrong, para enlazar con el pasatiempo del director: el ciclismo. Esta visión es lo verdaderamente interesante de la historia que se pretende contar, ya que es un problema que se viene arrastrando desde hace décadas en muchos deportes de competición.
Y digo pretende porque son más que evidentes los problemas con la narración, al intentar armar un relato interesante durante dos largas horas sobre este tema. El primero y más evidente es de estructura. Pareciera que el guion haya sido escrito sobre la marcha, a medida que iban ocurriendo los hechos, sin mayor preparación que la de una primera y tediosa hora en la que el director y protagonista se pretende “infiltrar” en el mundo del dopaje (a lo Super Size Me) para demostrar lo fácil que es y los buenos resultados que se obtienen. Casi da hasta pena cuando se le agota la idea y se ve obligado a abandonarla (y no volver ni a mencionarlo) por otra trama afortunadamente mejor: la del propio Rodchenkov, que durante la primera mitad había estado a la sombra del experimento fallido.
En este momento la película gana enteros. Rodchenkov, de forma bastante sorprendente, quema sus naves y se hace dueño absoluto de la película, ayudado por una extravagante personalidad y por su manera de exponer sin pelos en la lengua cómo eran las prácticas que seguían en su laboratorio de Rusia para falsificar los resultados de los test antidopaje. Fogel, ahora sí inteligentemente, se centra en sus revelaciones y en el escándalo que estas desatan, armando una suerte de thriller documental a ratos fascinante.
Lástima de esa primera hora de película que aporta poco y de los evidentes problemas de Fogel al narrar la historia sin rumbo ni dirección.
4- Last men in Aleppo (Firas Fayyad, Steen Johannessen)
Quizá el más polémico de todos sea este documental rodado por los famosos cascos blancos de Siria, cámara en mano. En la misma línea que el anterior, se aprovecha la guerra civil en Siria para incluir a Rusia de por medio. De nuevo, probablemente también sean los (o uno de los) malos de esta película, aunque aquí me temo que tanto EE.UU. como la UE tienen mucho que callar.
La sola existencia de este documental se antoja ligeramente redundante, sobre todo por el hecho de que ya hubo una película el año pasado, que además recibió el Óscar a mejor cortometraje documental, que narraba esto mismo, y quizá con mayor solvencia y concisión.
Por otro lado, esta película trata de aportar un lado más humano a la historia de la Defensa Civil Siria a través del seguimiento de su día a día, no solo durante las misiones de rescate, sino interesándose por sus familias, por sus preocupaciones, incluso, por qué no, por la dimensión política del conflicto.
Parece que esto último le chirría a más de uno, a tenor de lo enormemente polarizado que están los que lo han visto. Los cascos blancos vienen sufriendo una campaña de desinformación viral brutal por parte de sectores afines a Rusia, acumulando supuestas pruebas de que son o apoyan a grupos terroristas. No hace falta bucear mucho en la web para ver que ya casi la mayoría de búsquedas que arrojan los cascos blancos en internet son para hacerse eco de estas noticias. Vivimos en la época de la posverdad periodística, y este, el periodismo, comprendido como un poder de enorme trascendencia para manipular a las masas, cada vez posee menos escrúpulos a la hora de hacerse eco de según qué cosas, con evidentes intereses económicos mediante. De poco sirve que el Ejército Libre Sirio ya haya tenido que echar de Alepo a grupos terroristas, o que los cascos blancos insistan una y otra vez en que no son un grupo armado. La campaña de desprestigio posee dimensiones extraordinarias (por lo que veo, hasta el artículo de Wikipedia de la guerra civil Siria se encarga tristemente de reproducir la campaña mediática de Al-Asad como verdad al hablar sobre los cascos blancos), y supongo que ningún documental va a conseguir lavar esa imagen.
Evidentemente, a mí no es esto lo que me molesta de la película. En cambio, reconozco que tengo cierto reparo con el periodismo de guerra, en general. Esa fina línea que separa la denuncia pública (es necesario que todos conozcamos lo que está ocurriendo, que no miremos para otro lado) del sensacionalismo. Me incomoda enormemente ser testigo de esta guerra en Last Men in Aleppo, y no solo porque esté rodado con la clara intención de impactar, sino porque me hace sentir un cínico ser testigo de estos horrores desde la tranquilidad del sofá de mi hogar. Además, también siento que se me está manipulando más de la cuenta.
Por otro lado, existen ciertos problemas narrativos que redundan en un ritmo irregular y devienen en ligero aburrimiento, supongo que en parte por la naturaleza monótona del terrible conflicto reflejado: caen bombas, vamos a rescatar a bebés de los escombros, cae otra bomba, vamos a rescatar bebés de los escombros…
Pero como hablar de este documental en términos netamente cinematográficos también me hace sentir cínico, acabaré la reseña comentando que la parte final del documental hace reinterpretar la narración previa en un giro interesante vertebrado por la historia de uno de sus protagonistas. Y es entonces cuando el metraje adquiere sentido estructural (era un poco exasperante la sensación previa de estar viendo desgracias constantes sin un objetivo claro) al trazar un paralelismo entre la muerte de este personaje y la caída definitiva de la ciudad de Alepo en manos de Bashar Al-Asad.
Cuanto menos, no dejará indiferente a nadie.
3- Abacus: Small Enough to Jail (Steve James)
El director de la alabada Hoop Dreams (1994) nos trae este nuevo y valiente documental sobre un pequeño banco chino en EE.UU. y el escándalo judicial al que se han visto abocados. Y digo valiente porque hay que tenerlos cuadrados para hacer un documental que defiende la honradez de un grupo de banqueros, quizá la profesión más impopular actualmente junto a la de político. Y encima con el famoso argumento de “yo no sabía nada, esos asuntos los llevaban otros”. Con la que está cayendo.
Abacus es un banco que opera en Estados Unidos creado por y para migrantes de origen chino. Se nos presenta brevemente la historia de la familia que lo gestiona y en seguida el escándalo: Abacus es el único banco acusado y procesado formalmente por sucesos relacionados con la crisis hipotecaria que devino en crisis económica mundial en 2008. Lo interesante del documental es el relato que arma del fuerte contra el débil: a pesar de la cantidad de bancos implicados de facto en problemas relacionados con la crisis y la venta fraudulenta de hipotecas, el único imputado ha sido el banco número dos mil y pico del país. Lo suficientemente pequeño como para pagar los platos rotos.
Se monta toda una trama judicial en torno al caso que, sinceramente, no me interesa demasiado, pero sí en aquellos puntos en que se le otorga una dimensión familiar (el banco es propiedad de la familia protagonista) al proceso. Y lejos de resultar maniqueo o parcial, se le da voz a todas las partes, acusación y defensa, aunque obviamente el documental toma parte por la familia de banqueros, cuya historia vertebra la trama.
Por otro lado, si la película comienza presentándose insinuando que el banco pudiera ser un cabeza de turco del Estado, hábilmente deja ese asunto aparcado hacia la mitad (acaso porque no es capaz de demostrar tal cosa) para centrarse en la historia humana detrás de la acusación, consiguiendo con esta estructura hacia lo íntimo una mayor identificación con la historia y sus personajes, y una reivindicación sutil de las minorías, ofreciendo un halo de esperanza final en tiempos de Trump (un tipo casualmente obsesionado con China).
Sobradamente digno, y aunque reconozco que no me suelen interesar demasiado los documentales sobre banca (Inside Job, Enron…), Abacus aporta matices humanos que enriquecen el conjunto.
2- Strong Island (Yance Ford)
El debut de la directora Yance Ford es un relato biográfico que gira en torno a la muerte de su hermano y la posterior impunidad de la persona que lo mató. No es solo esto: es la historia de una familia, es una recreación criminal, es una historia de racismo… pero sobre todo es un potente retrato de la pérdida.
Con una voz y una mirada pausada, con quietud y con la sinceridad que desprenden los frecuentes primeros planos de su directora, se nos cuenta la historia de una familia de clase media de raza negra en EE.UU. Fluyen los recuerdos, pero los personajes son como presencias fantasmáticas, como si ya no estuvieran allí. Con la confianza y la cercanía intimista improbable de ser tú misma quien narra tu propia historia, vamos conociendo los hechos en boca de los distintos familiares y de los amigos de la víctima. El relato es a veces lejano y a veces conmovedor. El manejo de la cámara remite al Errol Morris de The Thin Blue Line o de la reciente e igualmente magistral Wormwood, a la que recuerda ligeramente por estructura y temática. Son palabras mayores. Recordemos: se trata de una ópera prima.
La narración del crimen es pequeña, una historia algo limitada a la que es difícil extraerle demasiados flecos, y aunque es la base de todo, no es lo más importante. Por suerte. Lo verdaderamente interesante es cómo narra cada familiar sus vivencias en torno a la tragedia, cómo se repone una familia a un golpe así, si es que es capaz de hacerlo (el documental muestra tristemente que más bien no). En este sentido, la propia existencia de esta película se antoja y se siente terapéutica para su autora, como un acto de redención hacia su hermano, una forma de expiación, como un último llanto familiar, un duelo que solamente clama justicia.
Sin llegar a las cotas de interés que, ya que lo he nombrado, conseguía Morris en estos trabajos, pero ahondando más en el plano sentimental de la historia, Ford nos ofrece un bello aunque triste trabajo que, si bien puede llegar a exasperar por su ritmo moroso y por su trama criminal algo endeble, recompensará con creces a los que entren en la propuesta y se dejen emocionar por este retrato del duelo y la pérdida.
1- Caras y lugares (Agnès Varda, JR)
Me ocurre bastante a menudo con los Óscar que las mayores joyas las encuentro nominadas en la categoría de documental, o en otras que no son las principales. La edición pasada, sin ir más lejos, mi película preferida fue la magistral Fuego en el mar (Gianfranco Rosi). De momento, a falta de ver aún algunas de esta 90 Edición, vamos por el mismo camino con Caras y lugares.
A pesar de que nunca he sido demasiado aficionado al cinéma vérité, de un tiempo a esta parte me estoy encontrando y reencontrando con algunos relatos que acrecientan mi interés hacia esta forma de hacer cine apegada a la realidad. La directora Agnés Varda, que ya nos ha ofrecido documentos en este sentido (por ejemplo, Daguerrotipos o Los espigadores y la espigadora, los cuales aquí homenajea) se une al artista JR en un nuevo viaje por los pueblos de Francia buscando historias que fotografiar (literalmente) y plasmar a través del precioso arte de este último.
Sorprendentemente, el documental encuentra el equilibrio perfecto entre la mirada de la directora y el trabajo artístico de JR. Ambos comparten intereses, buscan historias pequeñas de gente común en ámbitos rurales, y las homenajean a su modo. Durante el proceso, conoceremos múltiples historias, pero sobre todo conoceremos a los artistas mismos.
En este sentido, es muy interesante cómo se nos dan a conocer Varda y JR a través de un viaje cuyo objetivo es precisamente conocer y homenajear a otras personas. Porque sin esta columna vertebral que supone la pareja, el documental podría ser una mera sucesión de historias deslavazadas. En cambio, el metarrelato articula dos frentes igual de interesantes, que se nutren uno del otro, y que lo elevan de manera sorpresiva pero totalmente orgánica y coherente, en un proceso de desnudez conmovedoramente sincero.
Y es que funciona todo, milagrosamente. La sucesión de historias, la sucesión de recuerdos de la directora, el arte de JR (todo un placer descubrir su trabajo)… Incluso cuando el relato comienza a retorcerse y mutar hacia el último tramo, primero tomando a la propia Varda como modelo y luego siguiendo la estela de Godard, con el originalísimo resultado que desprende (cuesta creer que no estuviera planeado y aun así es satisfactorio). El final se te instala en el corazón y se queda allí durante días.
En definitiva, delicioso documental que supone una guinda a toda una respetable carrera cinematográfica, apoyado esta vez por un no menos relevante JR (que no se queda atrás en cuanto a protagonismo). Un poderoso canto a la mirada como germen creador. Y es que al final el arte se reduce a eso: a saber mirar.
Carlos R. Hervás