Documentales de Óscar (2018)

Retomamos el especial de los largometrajes documentales nominados al Óscar para hablar de los de esta 90 Edición, una remesa de cinco trabajos con sus más y sus menos (como siempre), pero interesantes en cualquier caso.

Como suele ocurrir, hay notables ausencias. Este año, la más sonada es el documental Jane (Brett Morgen), que venía avalado por nominaciones en casi todos los premios anteriores, en más de uno incluso ganando. Cuesta explicar su ausencia sobre todo en función de la nominación de alguno más mediocre, como Ícaro, del que hablaremos más adelante, y en la que imagino habrán influido factores políticos. También cuesta explicar la de City of Ghost (Matthew Heineman), el nuevo documental del director tras su brillante Cartel Land, que ya comentamos en Back to the Cinema en su momento, aunque imagino que no había hueco para dos documentales de temática similar (Last Men in Aleppo).

Así, una de las categorías que se ha permitido más licencias políticas (o las ha mostrado con menos tapujos), viene en esta Edición dominada por un factor determinante: Trump. Observo que se está produciendo un punto de inflexión en el cine de los últimos años tras la llegada (desde los prolegómenos de la misma, en realidad) de Trump al poder. Las temáticas cada vez son más políticas, los documentales retoman historias de guerra en las que está presente la crítica (¿miedo?) a Rusia, el cine de terror comienza también a permear a temáticas en favor de las minorías (el ejemplo de Get Out es paradigmático)… Si este punto de inflexión tendrá la misma relevancia e influencia cinematográfica como lo tuvieron en su día, por ejemplo, el 11S o la Guerra Fría, está por ver, y es algo que sin duda se estudiará de aquí a pocos años.

Comentemos pues, uno por uno, los cinco largometrajes documentales nominados este año, ordenados en ranking de peor a mejor:

5- Ícaro (Byan Fogel)

Ícaro

La poca experiencia tras la cámara de su director sale a relucir en este torpe documental que intenta narrarnos los entresijos del reciente escándalo de dopaje del equipo ruso de atletismo.

Los rusos vuelven a ser los malos (y probablemente así sea) de la historia, aunque la película se cuida mucho de hacer ver lo universal del problema del dopaje, comenzando por la figura del propio Armstrong, para enlazar con el pasatiempo del director: el ciclismo. Esta visión es lo verdaderamente interesante de la historia que se pretende contar, ya que es un problema que se viene arrastrando desde hace décadas en muchos deportes de competición.

Y digo pretende porque son más que evidentes los problemas con la narración, al intentar armar un relato interesante durante dos largas horas sobre este tema. El primero y más evidente es de estructura. Pareciera que el guion haya sido escrito sobre la marcha, a medida que iban ocurriendo los hechos, sin mayor preparación que la de una primera y tediosa hora en la que el director y protagonista se pretende “infiltrar” en el mundo del dopaje (a lo Super Size Me) para demostrar lo fácil que es y los buenos resultados que se obtienen. Casi da hasta pena cuando se le agota la idea y se ve obligado a abandonarla (y no volver ni a mencionarlo) por otra trama afortunadamente mejor: la del propio Rodchenkov, que durante la primera mitad había estado a la sombra del experimento fallido.

En este momento la película gana enteros. Rodchenkov, de forma bastante sorprendente, quema sus naves y se hace dueño absoluto de la película, ayudado por una extravagante personalidad y por su manera de exponer sin pelos en la lengua cómo eran las prácticas que seguían en su laboratorio de Rusia para falsificar los resultados de los test antidopaje. Fogel, ahora sí inteligentemente, se centra en sus revelaciones y en el escándalo que estas desatan, armando una suerte de thriller documental a ratos fascinante.

Lástima de esa primera hora de película que aporta poco y de los evidentes problemas de Fogel al narrar la historia sin rumbo ni dirección.

4- Last men in Aleppo (Firas Fayyad, Steen Johannessen)

Last men in Aleppo

Quizá el más polémico de todos sea este documental rodado por los famosos cascos blancos de Siria, cámara en mano. En la misma línea que el anterior, se aprovecha la guerra civil en Siria para incluir a Rusia de por medio. De nuevo, probablemente también sean los (o uno de los) malos de esta película, aunque aquí me temo que tanto EE.UU. como la UE tienen mucho que callar.

La sola existencia de este documental se antoja ligeramente redundante, sobre todo por el hecho de que ya hubo una película el año pasado, que además recibió el Óscar a mejor cortometraje documental, que narraba esto mismo, y quizá con mayor solvencia y concisión.

Por otro lado, esta película trata de aportar un lado más humano a la historia de la Defensa Civil Siria a través del seguimiento de su día a día, no solo durante las misiones de rescate, sino interesándose por sus familias, por sus preocupaciones, incluso, por qué no, por la dimensión política del conflicto.

Parece que esto último le chirría a más de uno, a tenor de lo enormemente polarizado que están los que lo han visto. Los cascos blancos vienen sufriendo una campaña de desinformación viral brutal por parte de sectores afines a Rusia, acumulando supuestas pruebas de que son o apoyan a grupos terroristas. No hace falta bucear mucho en la web para ver que ya casi la mayoría de búsquedas que arrojan los cascos blancos en internet son para hacerse eco de estas noticias. Vivimos en la época de la posverdad periodística, y este, el periodismo, comprendido como un poder de enorme trascendencia para manipular a las masas, cada vez posee menos escrúpulos a la hora de hacerse eco de según qué cosas, con evidentes intereses económicos mediante. De poco sirve que el Ejército Libre Sirio ya haya tenido que echar de Alepo a grupos terroristas, o que los cascos blancos insistan una y otra vez en que no son un grupo armado. La campaña de desprestigio posee dimensiones extraordinarias (por lo que veo, hasta el artículo de Wikipedia de la guerra civil Siria se encarga tristemente de reproducir la campaña mediática de Al-Asad como verdad al hablar sobre los cascos blancos), y supongo que ningún documental va a conseguir lavar esa imagen.

Evidentemente, a mí no es esto lo que me molesta de la película. En cambio, reconozco que tengo cierto reparo con el periodismo de guerra, en general. Esa fina línea que separa la denuncia pública (es necesario que todos conozcamos lo que está ocurriendo, que no miremos para otro lado) del sensacionalismo. Me incomoda enormemente ser testigo de esta guerra en Last Men in Aleppo, y no solo porque esté rodado con la clara intención de impactar, sino porque me hace sentir un cínico ser testigo de estos horrores desde la tranquilidad del sofá de mi hogar. Además, también siento que se me está manipulando más de la cuenta.

Por otro lado, existen ciertos problemas narrativos que redundan en un ritmo irregular y devienen en ligero aburrimiento, supongo que en parte por la naturaleza monótona del terrible conflicto reflejado: caen bombas, vamos a rescatar a bebés de los escombros, cae otra bomba, vamos a rescatar bebés de los escombros…

Pero como hablar de este documental en términos netamente cinematográficos también me hace sentir cínico, acabaré la reseña comentando que la parte final del documental hace reinterpretar la narración previa en un giro interesante vertebrado por la historia de uno de sus protagonistas. Y es entonces cuando el metraje adquiere sentido estructural (era un poco exasperante la sensación previa de estar viendo desgracias constantes sin un objetivo claro) al trazar un paralelismo entre la muerte de este personaje y la caída definitiva de la ciudad de Alepo en manos de Bashar Al-Asad.

Cuanto menos, no dejará indiferente a nadie.

3- Abacus: Small Enough to Jail (Steve James)

Abacus

El director de la alabada Hoop Dreams (1994) nos trae este nuevo y valiente documental sobre un pequeño banco chino en EE.UU. y el escándalo judicial al que se han visto abocados. Y digo valiente porque hay que tenerlos cuadrados para hacer un documental que defiende la honradez de un grupo de banqueros, quizá la profesión más impopular actualmente junto a la de político. Y encima con el famoso argumento de “yo no sabía nada, esos asuntos los llevaban otros”. Con la que está cayendo.

Abacus es un banco que opera en Estados Unidos creado por y para migrantes de origen chino. Se nos presenta brevemente la historia de la familia que lo gestiona y en seguida el escándalo: Abacus es el único banco acusado y procesado formalmente por sucesos relacionados con la crisis hipotecaria que devino en crisis económica mundial en 2008. Lo interesante del documental es el relato que arma del fuerte contra el débil: a pesar de la cantidad de bancos implicados de facto en problemas relacionados con la crisis y la venta fraudulenta de hipotecas, el único imputado ha sido el banco número dos mil y pico del país. Lo suficientemente pequeño como para pagar los platos rotos.

Se monta toda una trama judicial en torno al caso que, sinceramente, no me interesa demasiado, pero sí en aquellos puntos en que se le otorga una dimensión familiar (el banco es propiedad de la familia protagonista) al proceso. Y lejos de resultar maniqueo o parcial, se le da voz a todas las partes, acusación y defensa, aunque obviamente el documental toma parte por la familia de banqueros, cuya historia vertebra la trama.

Por otro lado, si la película comienza presentándose insinuando que el banco pudiera ser un cabeza de turco del Estado, hábilmente deja ese asunto aparcado hacia la mitad (acaso porque no es capaz de demostrar tal cosa) para centrarse en la historia humana detrás de la acusación, consiguiendo con esta estructura hacia lo íntimo una mayor identificación con la historia y sus personajes, y una reivindicación sutil de las minorías, ofreciendo un halo de esperanza final en tiempos de Trump (un tipo casualmente obsesionado con China).

Sobradamente digno, y aunque reconozco que no me suelen interesar demasiado los documentales sobre banca (Inside Job, Enron…), Abacus aporta matices humanos que enriquecen el conjunto.

2- Strong Island (Yance Ford)

Strong Island

El debut de la directora Yance Ford es un relato biográfico que gira en torno a la muerte de su hermano y la posterior impunidad de la persona que lo mató. No es solo esto: es la historia de una familia, es una recreación criminal, es una historia de racismo… pero sobre todo es un potente retrato de la pérdida.

Con una voz y una mirada pausada, con quietud y con la sinceridad que desprenden los frecuentes primeros planos de su directora, se nos cuenta la historia de una familia de clase media de raza negra en EE.UU. Fluyen los recuerdos, pero los personajes son como presencias fantasmáticas, como si ya no estuvieran allí. Con la confianza y la cercanía intimista improbable de ser tú misma quien narra tu propia historia, vamos conociendo los hechos en boca de los distintos familiares y de los amigos de la víctima. El relato es a veces lejano y a veces conmovedor. El manejo de la cámara remite al Errol Morris de The Thin Blue Line o de la reciente e igualmente magistral Wormwood, a la que recuerda ligeramente por estructura y temática. Son palabras mayores. Recordemos: se trata de una ópera prima.

La narración del crimen es pequeña, una historia algo limitada a la que es difícil extraerle demasiados flecos, y aunque es la base de todo, no es lo más importante. Por suerte. Lo verdaderamente interesante es cómo narra cada familiar sus vivencias en torno a la tragedia, cómo se repone una familia a un golpe así, si es que es capaz de hacerlo (el documental muestra tristemente que más bien no). En este sentido, la propia existencia de esta película se antoja y se siente terapéutica para su autora, como un acto de redención hacia su hermano, una forma de expiación, como un último llanto familiar, un duelo que solamente clama justicia.

Sin llegar a las cotas de interés que, ya que lo he nombrado, conseguía Morris en estos trabajos, pero ahondando más en el plano sentimental de la historia, Ford nos ofrece un bello aunque triste trabajo que, si bien puede llegar a exasperar por su ritmo moroso y por su trama criminal algo endeble, recompensará con creces a los que entren en la propuesta y se dejen emocionar por este retrato del duelo y la pérdida.

1- Caras y lugares (Agnès Varda, JR)

Caras y lugares

Me ocurre bastante a menudo con los Óscar que las mayores joyas las encuentro nominadas en la categoría de documental, o en otras que no son las principales. La edición pasada, sin ir más lejos, mi película preferida fue la magistral Fuego en el mar (Gianfranco Rosi). De momento, a falta de ver aún algunas de esta 90 Edición, vamos por el mismo camino con Caras y lugares.

A pesar de que nunca he sido demasiado aficionado al cinéma vérité, de un tiempo a esta parte me estoy encontrando y reencontrando con algunos relatos que acrecientan mi interés hacia esta forma de hacer cine apegada a la realidad. La directora Agnés Varda, que ya nos ha ofrecido documentos en este sentido (por ejemplo, Daguerrotipos o Los espigadores y la espigadora, los cuales aquí homenajea) se une al artista JR en un nuevo viaje por los pueblos de Francia buscando historias que fotografiar (literalmente) y plasmar a través del precioso arte de este último.

Sorprendentemente, el documental encuentra el equilibrio perfecto entre la mirada de la directora y el trabajo artístico de JR. Ambos comparten intereses, buscan historias pequeñas de gente común en ámbitos rurales, y las homenajean a su modo. Durante el proceso, conoceremos múltiples historias, pero sobre todo conoceremos a los artistas mismos.

En este sentido, es muy interesante cómo se nos dan a conocer Varda y JR a través de un viaje cuyo objetivo es precisamente conocer y homenajear a otras personas. Porque sin esta columna vertebral que supone la pareja, el documental podría ser una mera sucesión de historias deslavazadas. En cambio, el metarrelato articula dos frentes igual de interesantes, que se nutren uno del otro, y que lo elevan de manera sorpresiva pero totalmente orgánica y coherente, en un proceso de desnudez conmovedoramente sincero.

Y es que funciona todo, milagrosamente. La sucesión de historias, la sucesión de recuerdos de la directora, el arte de JR (todo un placer descubrir su trabajo)… Incluso cuando el relato comienza a retorcerse y mutar hacia el último tramo, primero tomando a la propia Varda como modelo y luego siguiendo la estela de Godard, con el originalísimo resultado que desprende (cuesta creer que no estuviera planeado y aun así es satisfactorio). El final se te instala en el corazón y se queda allí durante días.

En definitiva, delicioso documental que supone una guinda a toda una respetable carrera cinematográfica, apoyado esta vez por un no menos relevante JR (que no se queda atrás en cuanto a protagonismo). Un poderoso canto a la mirada como germen creador. Y es que al final el arte se reduce a eso: a saber mirar.

Carlos R. Hervás

¿Qué invadimos ahora?

Where to invade nextEl ínclito director documentalista estadounidense presenta aquí su nuevo trabajo con el mismo objetivo de casi siempre: sacar a relucir las miserias de su nación, removiendo conciencias siempre que se pueda. Moore, que es ya todo un experto en estas lides, adquiere en cambio aquí una visión un tanto sorprendente en él, o que al menos supone una notable diferencia de actitud.

La premisa de ¿Qué invadimos ahora? parte de una crítica evidente al desorbitado gasto militar del gobierno de EE.UU., que encubre al no desglosar con la debida transparencia las partidas presupuestarias y las tasas impositivas, y a la pregunta de si es verdaderamente necesario ese gasto se encarga de responder a lo largo de dos horas. Mediante una pequeña broma irónica (el gobierno estadounidense, en crisis, ya no sabe qué invadir ahora, qué objetivo militar marcarse, qué expoliar, y envía a Moore a “atacar” otras naciones, a buscar cosas que robar para traerse a su país) se mueve el eje del documental. Moore se sigue a sí mismo (lo que permanece intacto aquí es su ego) en un viaje por diferentes países, en su mayoría de Europa, para descubrir cómo de bien funciona en cada uno de ellos algún aspecto relacionado con los derechos y justicia social.

La crítica es sencilla, pero no por ello menos importante: la enorme cantidad de dinero que se destina a hacer la guerra por parte del gobierno, debería usarse para mejorar una sociedad que a nadie parece importar. Da igual si los estudiantes tienen que endeudarse hasta las cejas para poderse labrar un futuro universitario, con chavales de 20 años entre rejas por impagos inclusive; si los niños comen mierda en los comedores escolares; si las cárceles no siguen el más fundamental principio moral de la reinserción y el tratamiento humano, sino el de la venganza; si los trabajadores no tienen derecho ni a dos semanas de vacaciones al año, o si te puedes morir de un catarro por no tener dinero para contratar un seguro de sanidad privado. Lo importante parece ser el gasto militar.

Como decía, sorprende que la mirada de Moore en esta ocasión sea más bien optimista. No es solo el tono, desenfadado, cargado de humor irónico (esto es habitual en él si me apuras), sino también las conclusiones extraídas. Es un poco tramposo, pues cada nación que visita la presenta como la panacea en derechos sociales, y es evidente que la gran mayoría tienen otros muchos problemas de otra índole. No obstante, valoro positivamente su intención de fijarse solo en lo bueno, aún a sabiendas de que existen otras muchas cosas malas (Moore es consciente de ello, lo menta de pasada). Si uno quiere mejorar, ha de saberse fijar en las cosas que se hacen bien, y lo malo denunciarlo si hiciera falta (no es este el objetivo del documental, que habría tenido que ser muchísimo más largo entonces), pero ambas cosas no tienen por qué relacionarse.

Así, Moore compara su sistema penal con el noruego, su sistema de derecho laboral con el de Italia, la gestión de la crisis bancaria con la de Islandia… El formato tipo reportaje, muy cuidado, es marca de la casa, con constantes entrevistas a los ciudadanos de los países que visita, entre los que se encuentran ministros y presidentes (increíble la importancia de la figura de Moore para haberse podido reunir con según quién). El montaje recuerda a los documentales de Adam Curtis, sin ser tan complejo, y con evidente desenfado. Moore es especialista en hacer entretenidos sus trabajos, y esas dosis de humor, de la que también participa la banda sonora, le vienen muy al pelo.

En cambio, tampoco alcanza niveles de profundidad muy grandes, su discurso es algo ingenuo y su premisa misma termina haciéndose un pelín larga, acaba cansando. Pero no molesta, no se pierde el tiempo verla, es en su mayoría entretenido, maneja las emociones con oficio, y comparto su visión.

Me gustan las conclusiones finales. Parece expandir su mensaje, válido no solo para la nación estadounidense sino para todas las sociedades e individuos: las herramientas del cambio están dentro de uno mismo, y solo se necesita voluntad real para poderlo llevar a cabo, comenzar a picar la piedra de ese metafórico muro de Berlín, que parecía eterno, para, con paciencia y quedándonos con lo bueno, conseguirlo. El optimismo de Moore no se siente plúmbeo, sino extrañamente emotivo. Quizá es algo básico, quizá idealista de más, pero no por ello menos real.

Muy recomendable, ¿Qué invadimos ahora? se acerca a las cotas de calidad del que para mí sigue siendo su mejor documental: Bowling for Columbine. Le falta más mala leche para llegar a él, pero es un más que decente intento de un hombre que sabe lo que se hace, y cómo hacerlo para llegar a la mayor cantidad de público posible.

Nota final: 7/10.

Carlos Rodríguez.

Documentales de Oscar (2016)

En esto de la cinefilia se da, en general, un caso curioso: solemos renegar de los Oscar cuando no llueven a gusto propio, pero nos alegramos cuando nuestra película preferida recibe esa tan merecida estatuilla. Además, el reniegue a los premios suele venir cargado de apriorismos desde las propias nominaciones (que siempre conllevan notables ausencias). De una forma u otra, lo cierto es que es uno de los eventos del año para los aficionados al cine, nos gusten o no los Oscar en sí, y al final muchos de nosotros acabamos realizando una suerte de carrera por engullir las nominadas en tanto que sea posible, en una temporada alta de películas que solo volverá con la llegada de los festivales.

En esta pasada edición, la número 88, noto que fue especialmente flagrante la medianía en el nivel de las películas, o al menos de aquellas nominadas en la categoría principal. No solo me acerco a ellas con cierto hastío sino que mis temores se confirman tras el visionado de las mismas. Y lo peor es que esto viene pasando ya desde hace varios años.

Sin embargo, existe una categoría en que parece perdurar una calidad general bastante decente: la de Mejor largometraje documental. En esta edición, hemos encontrado cinco nominadas que, atendiendo al nivel de las de la sección principal, bien podrían haber participado también de aquella categoría. Comentemos brevemente pues estos cinco documentales, y sirvan estos comentarios de reivindicación.

WINTER ON FIRE

Winter on fire

Quizá uno de los que más desapercibido ha pasado por los premios es este documental ucraniano sobre la revolución que en 2013 enfrentó a los europeístas con los prorrusos en las calles del país.

Es un documental notablemente parcial, pero posee una enorme habilidad para articular el discurso y manejar la tensión. Esta es su principal virtud. La mirada de Afineevsky está con los europeístas (no voy a entrar a valorar la legitimidad política de unos y otros), y es capaz de hacernos partícipes de las revueltas civiles de una forma que realmente impresiona. La cámara a pie de calle y las apasionadas entrevistas a unos (y no a otros, en fin) nos hacen interesarnos por lo que allí estaba ocurriendo. Retrata hechos que son objetivamente terribles, como las cargas indiscriminadas por la policía nacional contra los manifestantes, en una escalada de violencia que mantiene al espectador pegado a la pantalla en todo momento. Probablemente juegue sucio (en realidad, los manifestantes europeístas tampoco eran unos santos), pero mediante la omisión de ‘detalles’ (entrecomillemos por precaución), el discurso de Afineevsky sale razonablemente indemne.

Temáticamente, podríamos compararlo con Octubre, e incluso la inmersión que se consigue del espectador podría ser similar, si bien la forma cinematográfica es eminentemente diferente.

Quedándome con lo positivo, las impresionantes imágenes mostradas y lo bien gestionada que está la tensión durante el metraje me bastan para disfrutar ampliamente con su visionado.

Nota final: 6.5/10

CARTEL LAND

Cartel Land

Otro documental que entra sin hacer demasiado ruido, aunque ha cosechado numerosas nominaciones y premios, entre los que destaca el de mejor director y documental en los premios del Sindicato de Directores de América, es este Cartel Land, de Matthew Heineman.

También otro potente retrato social, este sobre los cárteles de la droga en México, y la lucha de la milicia ciudadana y el gobierno frente a esta mafia. En este caso, no solo de imágenes potentes y buena construcción del relato vive el documental de Heineman. Tiene dos factores positivos verdaderamente determinantes: uno es la ambigüedad moral, que conduce al espectador a ciertos dilemas de especial calado. No solo es indignante casi todo lo que se muestra en el documental, sino que además se aleja de todo maniqueísmo posible (justo lo contrario a lo que le ocurre al ucraniano), lo cual le confiere una personalidad arrolladora que le hace ganar enteros. También cuenta con un personaje principal potentísimo: el Doctor Mireles, líder de las autodefensas ciudadanas en Michoacán.

Estructurada en dos secciones que se intercalan, una correspondiente a la lucha en México y otra a la lucha en la frontera de EE.UU., Mireles es erigido hilo conductor del relato mexicano, sin duda el interesante de los dos. La mirada a Mireles de Heineman evoluciona con ricos matices a lo largo del documental, de la misma forma que evoluciona su mirada hacia las autodefensas, planteando constantes contradicciones y problemáticas. En esta sección, la película es vibrante, emocionante, dolorosa y cruda.

Para nada es perfecto. La parte de EE.UU. sobra. Presenta a un personaje que no es más que un zumbado, que como tal es retratado, y que no genera ningún interés. Además, las conclusiones que se extraen del discurso de Heineman, en fin, no descubren la panacea. También hay cierta sensación durante el visionado de ‘esto ya lo he visto’ que provoca cierta pereza.

De nuevo, me quedo con lo positivo, que no es poco, y la valoro al mismo nivel que el ucraniano. Hay ciertas imágenes que permanecerán en mi memoria. Es de agradecer.

Nota final: 6.5/10

WHAT HAPPENED, MISS SIMONE?

Nina simone

Las producciones de Netflix están de enhorabuena. Con esta nominación y con la de Winter on Fire se confirma la buena salud con que la cadena. Nos encontramos ante un biopic al uso, sobre la enorme figura de Nina Simone. La directora Liz Garbus elige no arriesgar y jugar sobre seguro.

El discurso no me apasiona, acaso por rutinario. Los principales méritos de la película son externos a ella misma, pues vienen de la mano de la música de la propia Simone, que sin ser de mis artistas preferidas, reconozco su figura musical como una de las más grandes del jazz del S. XX. Siendo así, la película gana enteros cuando se dedica a mostrar grabaciones de Simone actuando, y me deja de interesar cuando nos relata su biografía, con tibieza. El discurso antirracismo no está bien dibujado, y acaso salvo el relato de la patógena relación que la artista mantenía con su marido.

Pero su excesiva corrección formal, demasiado apegada a los estándares más trillados, me la hace imposible de recordar con el paso del tiempo, por lo que no podemos pensar que el documental haga justicia a la figura de la cantante. Es una pena, pero es demasiado soso. Aun así, se sigue sin dificultad y siempre es agradable de escuchar a Simone cantando. Algo es algo.

El peor de los documentales nominados. Empero, sigue siendo mejor que varias de las nominadas a mejor película.

Nota final: 5/10.

LA MIRADA DEL SILENCIO

The look of silence

La joya de la corona viene de la mano de Joshua Oppenheimer, que retoma su potente relato de los terribles hechos acaecidos en Indonesia a mediados del siglo pasado: el genocidio a miles de acusados de comunistas por parte del gobierno. Lo que en The Act of Killing tomaba tintes de comedia negra (que, en definitiva, era un arma potentísima y dolorosa para denunciar los hechos), en La mirada del silencio se torna en una seriedad que casi sorprende, a tenor de aquella.

La película está narrada bajo la mirada de un familiar de una de las víctimas asesinadas. Con un tono mucho más áspero (aunque igual de contundente) que en su anterior y también genial documental, consigue Oppenheimer una conexión casi inmediata del espectador. Este ascetismo en el tono denota un profundo respeto del director que me recuerda de alguna forma al Shoah de Lanzmann.

Todo son méritos en esta película. Está bien articulada, es tan potente y dolorosa (o más incluso) que su aclamado The Act of Killing. Te emociona, te deja poso. Cuando Oppenheimer muestra al protagonista las imágenes de los cínicos genocidas relatando con sorna y complacencia sus crímenes, sentimos el mismo dolor que siente él. Cuando va a visitar y a hablar con los genocidas en persona, sentimos la misma indignación que él (me encantaría preguntarle a este hombre cómo es capaz de mantener la calma y la mente fría de esa forma ante semejantes hijos de puta). Cuando retrata a esos padres cuyas esperanzas de redención son ya nulas, sentimos el mismo vacío y pena que ellos. Esto, entonces, es cine de primer nivel. Y se me hace muy difícil justificar por qué no ha sido premiado este documental.

Nota final: 8/10.

AMY

Amy

He tenido a bien dejarme este biopic para el final por ser el que se llevó el premio gordo, cumpliendo así la mayoría de quinielas (también la mía).

Como digo, se trata de otro biopic, este sobre la figura de la cantante Amy Winehouse (parece que la moda de los documentales sobre cantantes se está extendiendo…). Asif Kapadia, su director, es un documentalista especialmente habilidoso. Se vale de personajes de especial e inesperada potencia para armar con gran oficio sus relatos. Como ya hiciera en Senna, monta un personaje principal que interesa en todo momento, complejo, contradictorio. Siendo Winehouse como era otra artista que tampoco me interesaba, de la misma forma que Simone (no por mi consideración hacia su talento, que es ampliamente positiva, sino por gustos personales), asisto con alegría a dos horas sobre la tormentosa vida de la cantante sin aburrirme o sentir pereza hacia lo narrado. Lo cual no es poco.

Pecando de cierto sensacionalismo en ocasiones, del mismo que parece querer denunciar, Kapadia conduce el documental con bastante pulso y ritmo, con un montaje excelente, haciendo valer la inestable aunque magnética personalidad de Winehouse como principal y morboso medio de creación de interés. También es evidente que las actuaciones musicales enriquecen el conjunto sobremanera.

La vieja historia del ascenso-caída contada a través de la artista tristemente fallecida. Qué curiosa persona era, y qué pena de final. Siendo una vida mucho más breve, resulta, en definitiva, más interesante que la de Simone. O al menos lo es su construcción en el documental.

Digna ganadora, aunque para mi gusto, ni mucho menos era el mejor.

Nota final: 6/10.

Carlos Rodríguez.