Aprovechando que acaba de estrenarse en España mi gran descubrimiento personal en la pasada edición del Festival Internacional de Cine Fantástico de Cataluña, Bone Tomahawk, no me puedo resistir a realizar una pequeña crónica de lo que pude ver en aquella edición número 48.
No solo fue la edición más completa a la que he tenido oportunidad de asistir, en tanto que, por suerte, mi estancia en Sitges duró una semana entera (casi todo el Festival), sino que también he podido constatar un nivel general bastante más elevado al de otros años. Siempre es un placer asistir a este Festival (inmejorable compañía cinéfila, ambiente de 10, películas de género a todas horas, la famosa Zombie Walk… Sitges es único), pero más si cabe cuando se presenta ante ti un plantel de películas tan jugoso, unido a una organización a la que, por fin, apenas se le puede poner pegas.
Dicho esto, paso a recordar mi paso por el Festival, con la distancia que otorga el paso de los meses, y las ventajas (no hay mejor filtro que el tiempo) e inconvenientes (fácilmente he podido olvidar muchos detalles) que ello conlleva.
DÍA 1:
The Witch
Antes de la gala de apertura del Festival, el evento más importante de aquel primer día, tuve opción de ver una película coreana que ha pasado bastante desapercibida (por motivos propios, me temo). The Treacherous, de Min Kyu-dong, es un drama de época (Siglo XVI) que nos narra la historia de uno de los mayores tiranos que ha dado la historia de aquel país, que esclavizaba a miles de mujeres para que fueran sus juguetes sexuales. Con un barroquismo exacerbado, la película es antipática de ver. Es difícil que te salga una película de época más hortera visualmente, pero The Treacherous es eso y más. A pesar de unos actores que hacen lo que pueden con un material que quiere y no puede, la película cae en el tedio con facilidad. Por suerte, una magnífica escena de sexo totalmente bizarra eleva el conjunto: el emperador obliga a sus dos principales candidatas a concubina a tener una relación sexual entre ellas. La que antes consiga hacer llegar al orgasmo a la otra, gana el macabro juego y salva el pellejo; la otra, morirá. Bien rodada, larga y tensa, bien interpretada, totalmente inesperada en un conjunto, por lo demás, rutinario y anodino.
La joya de la corona de aquel día, y casi de todo el Festival, fue la película de apertura, la esperada The Witch. El debutante Robert Eggers, que venía a Sitges con el premio al mejor director de Sundance bajo el brazo, presenta esta película que está llamada desde ya a ser un clásico en el género de terror. Una familia cristiana de Nueva Inglaterra, en el Siglo XVII, vive su retiro ascético junto a un bosque que parece tener algún tipo de influencia maligna. Es una película compleja, con múltiples capas que nos permiten hablar de numerosas influencias posibles: desde el Anticristo de Von Trier, pasando por El resplandor de Kubrick, por Hitchcock, por Rob Zombie… o incluso Haneke. Por suerte, Eggers consigue personalidad propia, con un terror virulento cocido a fuego lento, de ese que es impalpable pero que te hiela la sangre, más apegado a la psique y al drama que al efectismo al que tanto deben recurrir las producciones del género hoy día. Y qué clase para retratar la violencia, casi siempre sugerida o fuera de campo, pero con fugaces destellos de explicitud. Como en Anticristo, el mal, encarnado aquí en la figura de la bruja, parece residir en lo más profundo de la naturaleza humana, en sus contradicciones, en sus hipocresías y en sus instintos más primarios (no obstante, no puedo ahondar mucho en su mensaje por no desvelar demasiado al lector).
Aparte, la estrella protagonista es perfecta. La jovencísima Anya Taylor-Joy hace un trabajo encomiable. La acompaña un Ralph Ineson de presencia imponente que hace el contrapunto. Y técnicamente es brillante también, a destacar la música y la oscura fotografía. El final in-crescendo está muy bien medido. Recordaré por mucho tiempo la escena final.
Ya solo comparando las películas de apertura de esta edición con la pasada, vemos cómo no hay color. Enorme comienzo para Sitges. Y no vean el tráiler, cuanto menos sepa uno de la película, mejor. Es mi recomendación. Por suerte, pronto se estrenará en España.
DÍA 2:
Ryuzo and his Seven Henchmen
El segundo día en Sitges se abría con la nueva película del japonés Takeshi Kitano: Ryuzo and his Seven Henchmen. Sin ser yo un gran fan de Kitano, de quien hasta ahora solo me ha llamado la atención especialmente El verano de Kikujiro, disfruto moderadamente con la historia de estos yakuzas retirados y seniles. La mirada de Kitano hacia sus personajes es de ternura y respeto. Se sirve de una comicidad que a veces funciona y a veces no para desarrollar la empatía con el espectador. El trabajo de los intérpretes, eso sí, es delicioso, y está muy bien escrito ese grupo protagonista. Sus arrebatos escatológicos no me hacen especial gracia. Intuyo que los fans de Kitano disfrutarán de ella razonablemente, y para los que no lo somos, al menos es entretenida y diferente (por la temática y la forma de tratarla).
Toc toc, de Eli Roth, se basa en una premisa muy manida, y es totalmente formularia, pero, sorprendentemente, me funciona. Estructurada en dos actos, el ritmo está bien manejado y se hace entretenida y corta. Además, se permite licencias humorísticas que funcionan.
Efectivamente, la premisa no da para mucho, pero entre el trabajo de interpretación de Ana de Armas, que es irresistible, y el acertado trabajo en la dirección y la puesta en escena, sale un conjunto al menos decente. Muy adecuada para ver entre colegas.
Turbo Kid, que se alzaría con el premio a mejor banda sonora, en cambio, funciona peor. El trío canadiense a la dirección trata de contar una historia que mezcla la comedia con la acción y la ciencia ficción. Se trata de una distopía sin apenas elementos novedosos, pero cargada de licencias al público que piden a gritos una identificación con los personajes que no llega. Desde el protagonista, que no se puede ser más soso, hasta la propia banda sonora, de estilo ochentero con sintetizadores a lo Carpenter a la que se le ven las costuras, pasando por una secundaria en la que se ponen todos los esfuerzos por tratar de caer simpática, sin conseguirse, y al gore intempestivo, todo son constantes licencias a un público concreto que, por otro lado, puede disfrutar, al menos moderadamente, de una película razonablemente entretenida, aunque apenas inspirada.
De El nuevo Nuevo Testamento aún me estoy intentando sobreponer. El director belga Jaco Van Dormael presentaba aquí su nueva película y me acercaba a verla con el precedente firme de una Las vidas posibles de Mr. Nobody que me interesó notablemente, aunque a decir verdad, en mi cabeza se vaya desinflando cada vez más. Por desgracia, apenas hay elementos que me interesen en esta su nueva cinta y me invade el tedio. Sus constantes alusiones a un realismo mágico típicamente francés, que repelo fuertemente, me cargan y me irritan. Ni veo nada novedoso, ni aguanto esa aparatosidad de la que también hacía gala Mr. Nobody, ni conecto con su sentido del humor. Tampoco termino de entender ese premio a mejor actriz que acabaría recibiendo por parte del Festival.
DÍA 3:
Baskin
El terror turco irrumpe con fuerza en Sitges con Baskin. Con un arranque muy tarantiniano, poco a poco va modulando su tono hasta que el grupo de policías protagonista llegada a un edificio abandonado donde se reúne una extraña secta. Tiene ideas, tiene una atmósfera subyugante bastante bien conseguida, y posee escenas verdaderamente perturbadoras. El terror está bien medido, aunque tampoco acaba de brillar.
Me acercaba a Sion Sono por vez primera. Presenta una película que tiene la ultraviolencia marca Japón por bandera: Tag. A pesar de un arranque que me hace tener esperanzas, enseguida constato que la escena está innecesariamente alargada, que la cinta es hortera, que los efectos especiales no están bien integrados (lo que contribuye a la fealdad del conjunto), que todo el guion es un auténtico despropósito… Un batiburrillo de escenas mal hilvanadas, con esa típica obsesión que tienen los japoneses por las colegialas que me resulta cada vez más molesta (es para que se lo hagan mirar). Un desastre del que me es difícil rescatar algo. De lo peor que he podido ver en el Festival.
Joel Edgerton, que se llevaría el premio al mejor actor, dirige también su película de intriga El regalo. Demasiada rutinaria para destacar, por suerte no se hace aburrida, que no es poco. Tiene como objetivo poner nervioso al espectador, a través del extrañamente inquietante personaje que interpreta él mismo. Se le perdonan las típicas trampas de que se vale este tipo de cine, con un final que se nos antoja ya visto. Gustará a la mayoría. A mí me pasa sin pena ni gloria.
Cierra el día la modesta The Mind’s Eye, del director americano Joe Begos. Con bastante menos presupuesto que Turbo Kid, esta sí que logra captar la esencia de los ochenta con su buen hacer. Con un punto de partida claro, la Scanners de Cronenberg, Begos nos cuenta una entretenida historia de personas con poderes mentales extrasensoriales. No aporta nada, pero al menos se ve con facilidad, e incluso va ganando enteros con el paso del tiempo. Algunas escenas, como la final, demuestran una sorprendente firmeza tras la cámara de Begos, y mucho respeto por los clásicos del terror.
DÍA 4:
Love
La oportunidad de poder ver Love de Gaspar Noé en 3D se antojaba el plato fuerte del día. No soy un fan exacerbado del francés, pero sí que disfruté bastante con Enter the Void. Desde luego, lo que más en forma está de Noé es su propio ego, lo que se encarga de demostrar una y otra vez durante la larga cinta, hablando a través de los personajes de forma descarada. Lo peor es que, en verdad, ni es tan trasgresora como pretende, ni el 3D aporta algo especial a la película. Y se suponía que esas dos cosas eran lo que la hacían especial. Nos queda un drama romántico muy flojito, con un núcleo dramático bastante endeble y naif. Sí que guarda cierta capacidad de hipnotismo, típica del autor, apoyada por el reiterativo empleo de Satie en la banda sonora y de una mirada nihilista hacia el sexo, acaso lo más interesante de la película.
Se confirmaría Love como lo más destacable del día. Miss Hokusai, cinta de anime de Keiichi Hara, es muy correcta formalmente, e incluso posee escenas que la elevan, pero no tiene vida y resulta alarmantemente sosa. Posteriormente, una modesta producción española de intriga llegaba a una Sección Oficial de forma prácticamente incomprensible (ahí debe de haber algún tipo de amiguismo seguramente). La premisa de El cadáver de Anna Fritz tiene cierta originalidad: unos colegas, a cada cuál más estúpido, deciden ir a visitar el cadáver de una famosa actriz recientemente fallecida a la morgue, donde trabaja uno de ellos. Una vez allí, comienzan a barajar la posibilidad de violar el cadáver. Tras esto, cierta escena (prefiero evitar spoilers) demuestra talento tras la cámara, y el manejo de la tensión durante la cinta es preciso. Lástima que casi todo esté desastrosamente escrito, y que todos los chicos actúen bastante horrible. Solo hay una elogiosa excepción: la actriz Alba Ribas. El conjunto, se queda en anécdota.
DÍA 5:
Bone Tomahawk
Aquel día no podía empezar peor. Nowhere Girl, la nueva cinta del japonés Mamoru Oshii, creador de grandes películas de culto del cyberpunk como Ghost in the Shell o Angel’s Egg (que me encanta) me resultó execrable. Prácticamente todo es un desastre en esta cinta. Recuerdo especialmente molesta la insistencia en emplear una y otra vez el mismo tema del concierto nº23 de Mozart para la banda sonora, que siendo de lo más bello que compuso Mozart, no merecía ser violado de semejante manera. Curiosamente, cierta escena de acción hacia el final de la película eleva ligeramente el conjunto. Rodada con un pulso sorprendente, Oshii pone en ella toda la carne en el asador. Pero no merece la pena aguantar los 80 minutos anteriores.
Sin llegar a semejante nivel de bajeza, The Hallow tampoco se salva de la purga. Un cinta de terror irlandesa tremendamente formularia, destaca por sus diseños y ambientaciones, pero flaquea a la hora de crear un núcleo dramático interesante. Tampoco hay demasiada tensión o intensidad. En la misma senda, la cinta coreana Office, que viene a confirmar que no siempre aciertan los coreanos con sus famosos thrillers. Demasiado sosa, en ningún momento interesa. Su humor, en cambio, sí funciona. Ambas cintas son fácilmente olvidables.
Menos mal que llegó Bone Tomahawk a salvar el día. Ya tuve a bien comentar la película en su día. Lo mejor es que mi opinión ha permanecido intacta con el paso del tiempo y tras una revisión. S. Craig Zahler, que debuta con esta cinta, tiene el problema de haber dejado el listón tal vez demasiado alto con Bone Tomahawk. Su premio a mejor director, totalmente merecido, acaso se me antoja escaso (al menos el guion también merecía premio. Lástima que se lo llevase uno tan manido como el de Las últimas supervivientes). Mi película preferida de 2015, directamente.
DÍA 6:
Cemetery of Splendour
La nueva adaptación de Shakespeare de Justin Kurzel, Macbeth, llegaba a Sitges sin entender tampoco el criterio para su selección dentro de un Festival de cine fantástico. En cualquier caso, es una cinta estimable. Lo más destacable a priori, lo acabó siendo también a posteriori: la pareja de intérpretes. Excelentes Fassbender y Cotillard. Cuando comparten escena, la película es magia. Por desgracia, la narración es farragosa, y sobre todo hacia la mitad (coincidiendo con cierto suceso importante de la trama), cae en un tedio desbordante, del que no se recupera. Hasta el jurado se dormía (verídico).
El cine del tailandés Apichatpong Weerasethakul cada vez me interesa más. Su nueva y esperada cinta Cemetery of Splendour no solo gana en mi cabeza, sino que me pareció muy disfrutable. Con un contenido fantástico y cómico muy sutil, la cinta resulta inesperadamente divertida. La naturalidad del cine del tailandés es desbordante, y su exotismo es altamente atractivo. Es un cine muy personal, y en esta película sigue una senda que vuelve a sus temas típicos, como el contraste entre el ambiente rural y el urbano que ya trataba en Síndromes y un siglo.
The Assassin, del célebre taiwanés Hou Hsiao-Hsien, que viene a Sitges con el Premio a Mejor Director del Festival de Cannes, está a un nivel similar. Es un cine complejo y denso, de una perfección formal que abruma, con una bella fotografía que se habría merecido todos los premios posibles, y una cadencia lenta que el taiwanés moldea con sorprendente precisión. Se le puede achacar una farragosidad en la narración que la hace bastante difícil de seguir, pero es que ni siquiera esto importa para disfrutar con su visionado. Haber podido ver estas dos delicias en pantalla grande es mi gran premio de este día.
Día que cerraría con Youth, la nueva cinta de Sorrentino. No soy especial fan del italiano, y con esta cinta me pasa como con su anterior y celebrada La gran belleza: valoro y disfruto su cine, pero moderadamente, sin llegar a atraerme del todo. Sus marcianos no me terminan de interesar. Su discurso lo siento artificial y fácilmente olvidable. Pero esta su nueva película gustará mucho a aquellos que disfrutaron mucho con La gran belleza. Tiene sus mismas virtudes, pero también identidades únicas, como la acertada decisión de desarrollarla casi enteramente dentro de un balneario. Michael Caine es lo mejor de película. Ampliamente.
DÍA 7:
The Green Room
Demon, del tristemente recién fallecido director polaco Marcin Wrona, es una curiosa cinta de terror del subgénero de posesiones basada en el folclore judío. Su desarrollo nunca termina de despegar del suelo, pero su terror tiene más en común con La bruja que con el de la mayoría de películas sobre posesiones. Su tono es lo más distintivo, con toques surrealistas que recuerdan al Buñuel de El ángel exterminador. La película crece en mi memoria con el paso del tiempo y posiblemente ahora la tengo en más estima que cuando la vi en su momento. Destaca el apartado técnico, cuya fotografía se llevaría el Premio correspondiente en el Festival. La música de Penderecki, excelente como es habitual en el compositor, solo se usa de enlace entre escenas.
Seguimos con el intento de ver un thriller coreano aceptable (cosa que, hasta este año, siempre he encontrado en Sitges). No lo consigo con Coin Locker Girl. Su aparatosidad, que pretende ser heredera de El Padrino (ni más ni menos), me hace distanciarme totalmente de la película. Todo suena a ya visto y oído, nada nuevo ni sorprendente. Nada me interesa. Ni sus personajes, ni el desarrollo. Poco más que comentar.
The Legend of Barney Thomson supone el debut en la dirección de un actor del que tengo especial debilidad: Robert Carlyle (protagonista de una de mis películas preferidas: Full Monty). Pese a que disfruté razonablemente de ella durante su visionado, poco a poco se me está desinflando (al contrario que la polaca). La culpa de esto es su carácter rutinario y poco arriesgado. Su premisa es divertida pero poco novedosa (un barbero al que le da por ser asesino). El personaje que monta Carlyle es interesante y en general las interpretaciones son buenas, pero tiene todos los típicos tics del cine británico, y no hay nada nuevo que no hayamos visto ya en otras comedias negras similares. Recuerdo con especial agrado la escena final, hilarante, muy bien escrita y dirigida.
Y por último, The Green Room, una cinta de terror acerca de un grupo de jóvenes punks que se ven encerrados en un local de neonazis asesinos. La premisa, dicho así, parece basura, pero resulta perfectamente llevada por Jeremy Saulnier. Las influencias están claras: los clásicos de los ochenta (que a su vez, como Carpenter, bebían de clásicos anteriores como Hawks). Se las apaña para salir airoso constantemente y crear situaciones de tensión que hacen evolucionar a la película con furia. Es vibrante y muy entretenida. Tampoco descubre la panacea, y carece de suficientes elementos identificativos o de personalidad, pero la vieja fórmula funciona con precisión. Además, los actores hacen un trabajo bastante decente, destacando especialmente Patrick Stewart.
DÍA 8:
Yakuza Apocalypse
Antes de partir de Sitges, conseguí redimir al cine japonés con dos más que decentes representantes. Takashi Miike, como viene siendo habitual en Sitges, presenta su película de rigor (dos, en verdad. Las hace a pares). Yakuza Apocalypse es una libérrima cinta de comedia y acción con todas las constantes del loco (en el mejor sentido de la palabra) director nipón. Solo alguien como él es capaz de conjugar los elementos que incluye en su cinta (vampiros, yakuzas, ranas antropomórficas…) y no solo salir indemne sino ofrecer un producto diferente y divertido. El humor es hilarantemente absurdo, una celebración del exceso. Y con dos cojones te mete a uno de los famosos protagonistas de The Raid para acabar coreografiando una no-pelea final con él, que le deja a uno cara de tonto, a la vez que de admiración absoluta. Encima con un sentido de la tensión preciso y bien medido.
Para finalizar, una elegante cinta de fantasmas de la mano de Kiyoshi Kurosawa: Journey to the Shore. Es un drama romántico nada pomposo, con una sensibilidad que no molesta, muy particular del director. Sus películas crecen en mi memoria con el paso del tiempo, y de Journey to the Shore solo recuerdo las cosas buenas. Un ritmo calmado nos introduce en los sentimientos de unos personajes que interesan, cargados de cotidianeidad y verdad. Por otro lado, vuelvo a tener cierta sensación de “esto ya lo he visto” durante el metraje, lo que la impide alzarse definitivamente. Pero es sin duda una muy estimable cinta, que bien podría definirse como el reverso luminoso de su famosa Kairo.
Carlos Rodríguez.